jueves, 30 de abril de 2009














¿Quién será el asesino?


por Azucena Ester Joffe
y María de los Ángeles Sanz

Un espacio poblado de voces que esperan; expectante espera de aquello que minutos después atravesará los sentidos; la puesta dirigida por Marcelo Velázquez, no es la primera que produce la textualidad que Daulte construyera hace ya más de diez años, pero podemos afirmar que es una de las más potentes, cuando establece una lectura de la obra a partir de la parodia que es el elemento constitutivo de su estructura. Criminal (1995) de Javier Daulte es un texto que, trabajado desde el pastiche (1), parodia el discurso psicológico y el género melodramático, a la vez que desarrolla la intriga de un thriller, que al contrario del policial clásico, el crimen aún no se ha cometido, y lo que se va construyendo a medida que se plantean las situaciones es el proceso de un asesinato. Sin la búsqueda de un sentido unívoco, el texto propone desacralizar la verdad de los discursos, relativizando el poder de la palabra, en una profesión donde es su única herramienta; y proponiendo una realidad incierta, donde todo puede ocurrir, pero no sabemos como. La trayectoria del autor, desde sus primeras piezas, se incluye en lo que podemos denominar como “teatro de la desintegración”, (Pellettieri, 1998) un teatro que a partir de la década del 90 revitaliza la potencia textual, pero no lo hace desde la unidad de sentido del realismo, sino desde la fragmentación, la mixtura de poéticas, y la búsqueda de un teatro de experimentación en la forma. Si el teatro realista pretendía modificar la realidad a partir de la palabra, el teatro de los autores que alguna vez reunió Carajá-jí, propone posibles interpretaciones de la realidad a través de la palabra.
La ironía y el sarcasmo presente en el texto de Daulte se ve multiplicado en la puesta que nos presenta un espacio dramático totalmente delimitado, un verdadero “ring” donde las pasiones se enfrentan, se yuxtaponen, en pares de opuestos: vida-muerte, verdad-mentira, víctima-victimario. Un espacio donde el tiempo es enérgico e implacable, donde Juan (Eduardo Narvay) gime, llora, suplica. Juan es el hilo conductor y se transforma en el criminal inconsciente e inevitable de un mundo caótico y perverso. Con un gran dominio de su cuerpo y de su rostro, de los tonos y los ritmos - que el personaje exige - Narvay nos transmite todo lo pulsional, lo visceral con dramatismo y con humor. A partir de un trabajo con la textualidad, y con el cuerpo, producto de su experiencia teatral con directores como Carlos Gandolfo, y en diferentes medios, desde el cine, la televisión hasta el match de improvisación, logra una eficaz construcción del personaje, desplegando sus múltiples facetas. Desdoblamiento, distanciamiento y otros recursos propios del absurdo, que también, en el perfecto cuadrilátero, resuelven con profesionalismo Uki , Paola Cappellari y Luis Dartiguelongue; bajo la dirección de Marcelo Velázquez, en su primer trabajo, que anticipa un interesante futuro en su labor direccional, ya que acierta en trabajar la simultaneidad de acciones que exige el texto, en un solo espacio, que los actores explotan con eficacia, en la composición de los personajes, desde una actuación por momentos crispada pero que va conformando con límites precisos cada una de sus identidades, y en desarrollar aquellos matices más absurdos para provocar desde el humor al espectador. La ausencia de objetos – falta de vaso de agua, o el teléfono que no aparece, por lo que Juan debe matar a la psicóloga con un zapato - que refuercen la semántica obliga a los actores a manejar su histrionismo con ductilidad y al espectador a seguir la intriga reponiendo aquellas instancias que se construyen sólo desde la palabra.
La obra funciona en distintos niveles de subjetividad: el primero, en el ámbito del psicoanálisis y se establecen las relaciones personales entre el profesional y su paciente. Un segundo ámbito, donde la relación matrimonial entre Diana (P. Cappellari) y Carlos (Dartiguelongue) es engañosa y mezquina. Y, por último, el ámbito más íntimo donde se debate el amor y la homosexualidad de Juan (Narvay) y como consecuencia de esto la muerte de la Dra. A. (U. Cappellari). Estos tres niveles subjetivos estallan, las hilachas de uno y otros se contaminan, pero el resultado es una puesta en escena homogénea. Al utilizar el pastiche como recurso estilístico desde el espacio ficcional, se involucra necesariamente al espectador en este “juego”, pues es quien va a llenar esos huecos, esos vacíos dramáticos, en última instancia, a lo largo de toda la obra. Un recurso que la dirección de Marcelo Velázquez y los actores resolvieron productivamente, para el placer del espectador.

Notas
El pastiche es un procedimiento que fusiona como en el collage procedimientos de diferentes poéticas, el pastiche en la modernidad reúne esa mixtura para semantizar el texto, cargarlo de sentido. En la posmodernidad es utilizado no para el sentido unívoco del texto sino por el contrario para disparar una multiplicidad de sentidos.

Bibliografía
Rodriguez, Martín, 1999. "Prólogo a Teatro de la desintegración". Buenos Aires: Eudeba.

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