viernes, 2 de mayo de 2008

Crítica Revista 160-arteycultura

Una divertida propuesta teatral fundada en principios televisivos.
Con una puesta en escena precisa, que ofrece ritmo y acción al texto, Criminal recoge los códigos de las series televisivas norteamericanas.
Por Gabriel Fernández Chapo
1º/5/2008
Dos psicoanalistas atienden a una pareja por separado escuchando las críticas, reproches y las necesidades de cada uno. Los doctores se juntan y debaten sobre la posibilidad de intervenir en un probable asesinato que podría surgir dentro de la pareja tratada. Este es el punto de partida argumental de Criminal, un texto de Javier Daulte, que hace más de una década, quiso retratar la manía psicoanalítica que invadía la Argentina. Aunque aborda la temática de una manera superficial, el autor realiza en el texto un auténtico ejercicio de procedimientos dramatúrgicos, empleando una yuxtaposición de espacios escénicos y alternando escenas presentes con flashbacks. Mediante estos recursos, la obra genera un ritmo preciso y sostenido. La puesta en escena de Marcelo Velázquez acierta en sintetizar los materiales escenográficos y potenciar el ritmo escénico de la propuesta. No es fácil encontrar en la escena contemporánea la precisión de la comedia, pero este montaje de Criminal logra imprimirle un excelente timing a la propuesta textual.El juego de oposiciones entre una pareja con problemas que requiere de ayuda psicológica, y una pareja de psicoanalistas (una acertada modificación de la puesta), se produce en diversos niveles: desde el vestuario y sus tonalidades, los movimientos de los personajes, hasta la musicalización e iluminación. Criminal se estructura claramente sobre los códigos de las sit-coms norteamericanas, tan difundidas en nuestro país por señales televisivas como Sony o Warner Channel. Desde jugar constantemente con las hipótesis del espectador, hasta crear continuamente decepciones y nuevas intrigas, la propuesta teatral se sustenta en estos parámetros donde todo es engaño, donde nada es lo que parece. La obra muestra los mecanismos de poder entre los psicoanalistas y sus pacientes y el absoluto desequilibrio que se puede establecer en estos vínculos. El propio escenario pretende dar cuenta de la imposibilidad del equilibrio con una construcción espacial asimétrica. Justamente será el eje de la acción la inversión de los roles de poder y dominación dentro de la estructura de personajes. Las actuaciones son destacables al captar el nivel exacto de exacerbación que exigen los personajes de este tipo de propuesta. Cumpliendo el papel del psicoanalista, Eduardo Narvay alcanza escenas de un alto vuelo interpretativo. Aunque el texto es mucho más fuerte en sus procedimientos que en el tratamiento del tema propuesto, el espectáculo, sustentado en una precisa dirección, y una correcta interpretación brinda un ritmo fluido: buen marco para que se despliegue el suspenso, las intrigas y los mecanismos de la comedia.
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