domingo, 29 de marzo de 2009

Revista La Luciérnaga

por Mariano Casas Di Nardo
En Criminal, su autor Javier Daulte, deja en carne viva la dicotomía profesional que convive en todo psicólogo al trabajar con algo tan intangible como el alma humana. La pluralidad de teorías y conceptos, para desarrollarlo en la madeja de relaciones que un ser humano debe afrontar a diario, jugando con el amor, el odio, la irascibilidad y la mesura. Las antípodas, tanto en lo comercial como en lo racional. Y al parecer nadie sale limpio.
Un escenario mínimo, cuatro actores, el ABC del teorema Freudiano y la ética profesional al desnudo, desprovista de todo aquello que brinda un marco objetivo. Cuatro corazones latiendo al compás de la efervescencia momentánea, dejando un manto de desequilibrio total. Los textos de Daulte son un arma de doble filo. Tienen la consistencia necesaria como para realizar una excelente obra pero también si no se logra, deja mal parado al director, con sus actores como fusibles.
En esta versión, Marcelo Velázquez, en su lugar de regista, logra lo obvio; lo esperado. Una pieza entretenida, bien ambientada y con la utilización del poco espacio, de forma tal que sobra lugar. Diálogos definidos, superposición temporal y un hilo progresivo que retoma el pasado para entender el presente. Todo corporal y hablado, sin efectos ni otros ambientes, porque de hecho, no los requiere. El cuadrilátero armado por sus protagonistas cierra perfecto y lo demás, sobra. Es así como, dentro de este panorama, entre limitado y suficiente, el paralelismo de Luís Dartiguelongue y Uki Cappellari, rigen los tiempos, ecualizando toda tensión.
La historia narra la suerte de dos psicólogos que por esos azares del destino, se ven en el medio de un triángulo amoroso. Dos mujeres, una exaltada psicóloga y una cautivante mujer por un lado y dos hombres, un psicólogo poco ortodoxo y un oficinista vivido y exprimido por su aristocrática mujer; son las cuatro columnas por donde comienza a centrifugarse las escenas. Poca luz, un vestuario esclarecedor y una dinámica textual que ordena, lo que en un principio es difuso. Así, la transferencia contratransferencial de la que hace alarde el subtítulo de la obra, comienza a rodar.
Criminal no es una tragedia psicológica, pero sí utiliza los senderos de la psicología para encausar y explicar las perversiones de las que un humano es capaz de realizar. Saca a relucir las deshonras del hombre y las pone en práctica de la manera más torpe. Un brillo especial para una obra que se destaca por la amalgama perfecta de sus textos, su director y sus actores de primer nivel off.

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